"Los verdaderos héroes no llevan armas.."
Cuando en una misma coctelera se mezclan dos de los
ingredientes más exquisitos que puedes encontrar en el mercado desde más allá
de los años 80, el saber hacer de uno de los grandes directores de las últimas
décadas, Steven Spielberg, con la eficacia y la credibilidad que da a sus
personajes el bueno de Tom Hanks, si además, le sumas una buena historia basada
en un hecho real, el brebaje obtenido tiene todas las opciones para ser toda
una bebida celestial.
En 1962 James Donovan (Tom Hanks), un abogado de un gran
bufete de Nueva York, años después de defender al espía ruso Rudolf Abel (Mark
Rylance) capturado por los Estados Unidos, se ve involucrado en una peligrosa
trama por la que la CIA le pide negociar en Berlín, durante los días de la
construcción del Muro, el cambio del espía por un piloto estadounidense preso
en la URRS tras ser abatido cuando sobrevolaba suelo ruso con un U-2 americano.
La historia, que cuenta con el toque sutil de los hermanos
Coen en la redacción del guión final, está muy bien contada por un director que
a pesar de los años no pierde un ápice de su genialidad. No es sólo una película
de espías, es la historia sobre dos personajes que aunque representan
posiciones contrarias tienen un nexo común que les hace ser respetados el uno
por el otro, el cual no es otro que la honestidad y defender con firmeza lo que
cada uno cree.
Para todo esto, el director se rodea de dos grandísimos
actores, por un lado Tom Hanks que, en la cuarta colaboración con el cineasta tras Salvar al soldado Ryan (1998), Atrápame si puedes (2002) y La terminal (2004), encarna a la perfección al abogado que lucha
por sus principios a pesar de las directivas de su gobierno, y por otro el
todavía no muy conocido Mark Rylance, para dar, con gran acierto, la réplica a
Hanks en el papel de leal espía soviético.
Dos horas de intenso cine que nos muestra que hay veces en los que el sentido común y los principios de los hombres buenos pueden más y llegan más
lejos que los sistemas políticos de los beligerantes países a los que
representan. Una historia real en los años de la Guerra Fría que te dejará
boquiabierto y con un muy buen sabor de boca.
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